Pese a la falta de políticas que incentiven al sector, la superficie se multiplicó 750 veces y la cantidad de establecimientos creció más de 300%. La ganadería ocupa 95% del área bajo la modalidad y la lana es su emblema.
Cuando la producción orgánica nació en los años 40, sus promotores advertían sobre las consecuencias de la agricultura a gran escala; en particular, de las migraciones del campo a la ciudad. Hoy se asocia más con los precios elevados, la moda y el cuidado del ambiente, y crece de forma constante tanto a nivel global como en la Argentina.
Un estudio de la Facultad de Agronomía de la UBA (Fauba) analizó la evolución de la actividad en el país desde la década del 90 hasta el presente, y halló que la superficie aumentó de 5,5 mil a casi 4,3 millones de hectáreas, y que la cantidad de establecimientos subió de 322 a 1.343. Además, el estudio sostiene que los productores orgánicos argentinos anteponen sus principios a lo económico, y que su mayor problema es convivir con la producción convencional.
“La producción orgánica es una modalidad de producción diferente a la que llamamos convencional o agroindustrial. Se la conoce más por la prohibición de uso de agroquímicos, pero tiene principios mucho más amplios como preservar la biodiversidad y contemplar la salud humana y el bienestar animal. En la actualidad, se transformó en un atributo diferencial de calidad que se respalda en la certificación de los productos, y es cada vez más importante en el mundo”, comentó Silvia de Bargas, docente de Producciones Animales Alternativas en la Fauba. ¿Y en la Argentina?
De Bargas estudió cómo evolucionó la producción orgánica en el país desde 1995. “Hoy, nuestro país cuenta con 1.343 establecimientos bajo seguimiento para la certificación orgánica, que ocupan aproximadamente 4,3 millones de hectáreas —casi dos veces la superficie de la provincia de Tucumán—. Ocupamos el segundo lugar en el ránking de los países con mayor superficie con producción orgánica, y tenemos algunas características particulares”.
En este sentido, detalló: “El 95% de la superficie orgánica corresponde a la ganadería; la mayor cantidad de hectáreas se ubica en la Patagonia, y el principal producto es la lana para exportar. Entre 1999 y 2000 se incorporaron 2,9 millones de hectáreas, y 1 millón pertenecía a un solo empresario textil. En menor medida producimos miel, carne bovina y huevos de gallina. En cuanto a lo agrícola, nos destacamos como exportadores de peras y manzanas, y sus procesados, y también de cereales, oleaginosas y cultivos industriales”.
Los motores orgánicos
Como parte de su estudio, de Bargas entrevistó a más de 60 productoras y productores orgánicos y analizó qué motivaciones tuvieron para ingresar a la actividad. “Encontré que el motor principal para adoptar esta modalidad de producción es una cuestión de principios relativos, sobre todo, al cuidado del ambiente, a la salud de los consumidores y a la calidad de los productos. Recién en segundo lugar, el aspecto económico”.
“Si bien los productos orgánicos son más caros, producir de esta manera no implica una mayor rentabilidad. La producción orgánica incluye una mirada del mundo que rechaza los paquetes tecnológicos basados en insumos de síntesis química y organismos modificados genéticamente, entre otros. Muchas personas creen que es antigua o ‘atrasada’, pero no es así. Las tecnologías no son buenas ni malas en sí mismas, pero tampoco son neutras. Incorporan los valores de quienes las crean y de quienes las adoptan”.
Además, la docente destacó algunas diferencias entre la producción orgánica argentina y la de otros países. “Por ejemplo, las motivaciones para adoptar este método no tienen vínculo con el género. También observé que la mayoría de los productores orgánicos ya eran productores agropecuarios antes de ingresar a la actividad. Otra cuestión es que el Estado no subvenciona a quienes se quieren iniciar o sostener en el rubro. Estos son resultados preliminares y forman parte de mi tesis de maestría en Desarrollo Rural en la Escuela para Graduados de la Fauba”.
Problemas y políticas
Silvia de Bargas afirmó que la actividad se enfrenta con varios problemas, y que uno de los principales es la convivencia con la producción convencional. “Imaginate un predio orgánico dentro de una zona donde se aplican agroquímicos de forma constante. La contaminación llega por suelo, agua y aire. En la Argentina, quienes producen orgánico se las tienen que arreglar como puedan y defender sus campos con barreras físicas o alejándose de las aplicaciones. Esto limita la superficie disponible para orgánicos, y no hay ley que los proteja”.
“Otra cuestión es que faltan políticas públicas para apoyar al sector. Incluso, cuando existen, no están muy bien dirigidas. Hoy, quienes promueven la producción orgánica son los consumidores que la demandan por cuestiones de salud y de cuidados del ambiente”.
Asimismo, añadió que falta mercado interno. “Ante condiciones desfavorables para exportar, el negocio se perjudica notablemente. El productor tiene que vender sus productos al mismo precio que los convencionales, aun cuando sus costos son distintos. Los orgánicos requieren más mano de obra. Los productos convencionales no incorporan los costos ambientales, en términos de contaminación y pérdida de recursos naturales. Éstos los paga toda la sociedad. Si bien el precio de los orgánicos es mayor, no lo definen los productores. Como en muchas cadenas de comercialización, los intermediarios tienen un peso fuerte”.
“Desde hace años trabajo en producción orgánica y conozco sus inicios. Me gustaría que mi trabajo contribuya a aclarar el panorama y a conocer qué piensan sus protagonistas. Esto contribuirá a plantear mejores políticas públicas. También quiero traer luz a su historia en la Argentina, para que no sea vista como un negocio de moda que aparece con la certificación y que está destinado a encarecer los productos”, cerró de Bargas.